Vivir se vive en presente. Vivir
no es sinónimo de ser. Y morir no es dejar de estar presente. Se puede vivir
siendo un ausente permanente. Puede suceder que nadie note la ausencia de ese
ser presente y mucho menos toda su presencia.
Nos conjugamos en una trama de
presencias y ausencias. Unas queridas las otras odiadas presencia y ausencia
son como luz y sombra. ¿Cómo se pueden querer guerras? ¿Cómo se pueden querer
muertes? ¿Cómo se puede querer y más que querer amar a pesar de todo a todos
esos que nos hacen ser, que nos hicieron ser de tal o cual manera sin lugar a
preguntas? y ¿cómo escuchar las preguntas para deshacernos de eso que no
podemos soportar? ¿Cómo no se pude ignorar una piedra en el zapato y se pueden
tolerar historias torturantes, intolerables, insoportables guardadas en ningún
lugar celosamente custodiadas para hacernos obedientes?
Hay un tiempo en que se es piedra
que rueda, canto rodado esculpido diseñado sin querer y queriendo hasta que un
día ya no se rueda y se camina llevando el cuerpo erguido sin importar el peso
ni importar los pesos ni qué se lleva puesto, todo sin importar nada y por
sobre todas las cosas: creyendo. El día
de la perdida de la inocencia es el día que se deja de creer. Ese día, cada uno a su tiempo abre una caja
en la que conviven recuerdos de primaria, secundaria y primera comunión con figuritas abrillantadas y
otras en blanco y negro de los bitles con un envase vacío del recuerdo de la
primera vez, un grito, una paliza, una navidad, un winco, reyes magos, los
zapatos, el agua y los camellos, un golpe, una caricia, todo está en esa caja
que contiene todas las palabras en desorden y no se sabe dónde está ni se sabe
si es una caja o un globo invisible que nos acompaña por donde vamos o vayamos
y sin importar a qué lugar vamos, si estamos o dejamos de estar, nos acompaña
de mejor o peor manera hasta que decidimos que es hora de cambiar y cambiar no
es cambiar exactamente… me molestan tanto los enamorados de la resistencia al
cambio…. ¿Cuánto pude ahuecarse una palabra? Tanto como personas la nombren
hasta que al nombrar se nombra la nada.
Si se trata de contar una
historia yo invento una historia. Mañana
invento otra, aunque es antiguo el recurso de contar una historia cada noche
para que mañana sea mañana. Para que mañana sea eso que se
conjuga como futuro.
El secreto está hoy en
preguntarse qué responsabilidad queremos asumir para soñar un futuro.
Selecciones Escolares del Readers
Digest del 63 y un año 2000 pensado solamente con la fantasía posible en el
mundo del futuro que ya era el año 63. ¡¡¡Para carnaval enseñaban a las niñas a
soñar con trajes de maría Antonieta ¡Mujeres
decapitadas nos enseñaban a soñar! El futuro era un futuro de hombres con autos
de diseño aerodinámico con propulsión a aire comprimido, fuerza mecánica
moviendo veredas para no caminar, algo más y nada más. Y yo vivo en este siglo
del futuro y no hay agua para beber a unas cuadras de mi casa.
Verano de 1936. Un lugar de
España. Un niño viaja con sus abuelos a un lugar de vacaciones. Estalla la
guerra civil y queda en un territorio enfrentado al territorio en el que vivía
con sus padres.
Otoño de 1936. Madrid. Una niña
de siete años duerme la siesta en un amplio sillón. La ventana estaba
abierta. Entró un Obús por la ventana
que cayó sobre los almohadones y no estalló.
La niña siguió durmiendo.
Ese niño y esa niña a principios
de los 70 eran los padres de mi novio, inmigrantes, trabajadores de pocas
palabras, uno republicano y otro nacionalista. Les guardaba un gran respeto por
haber vivido algo que no podía ni imaginar.
No me importaba nada si sus opiniones políticas me parecían disparatadas
ni ninguna cosa disparatada que hicieran me llevaba a cuestionarlos, fueron mis
suegros.
El era un obrero calificado en una empresa de Bunge&Born. Sufrió una cirugía de urgencia por
apendicitis en el Sanatorio Güemes donde le trasfundieron sangre infectada con
hepatitis provocando una cirrosis que determinó a sus cincuenta y cuatro años
una jubilación por invalidez que tuvo el efecto de un acta de defunción social
y murió poco después cuando estaba por nacer su primer nieto. Murió en el
Centro Gallego que era el palacio de la papa frita, ¿o es el español y el otra
era el de un fábrica de soda?
Muchos años después yo acusé y
demandé por toda forma de desamor a esa mujer que sobrevivió en silencio el
milagro de un obús que no estalló y tal vez le aniquiló todo sentimiento
amoroso.
El abuelo de mi hijo, con sus
pocas palabras, con sus ojos claros, era capaz de transmitir una ternura
infinita hasta el último suspiro. Ella era una estatua de sal sin saberlo.
Argentina 1934. Argentina de la
“Concordancia”. Mi abuelo materno, hijo
de mujer ranquel y hombre español es asesinado delante de una niña de siete
años, (esa niña luego será mi madre,
pienso que a mi madre la encerraron en un lugar que se llama “siete años”).
Mi abuelo se llamaba Fructuoso, había sido puestero de estancia contrario a la
retención de documentos para votar; su esposa, mi abuela, francesa, nacida en
1898 en Toulouse tenía 36 años y era madre de nueve hijos, trabajaba como
lavandera en la estancia y al quedar viuda no existían razones para sostener la
carga de esa mujer y así ella optó por repartir a ocho de sus nueve hijos en la
casa de ocho “familias de bien” que
aceptaron a las niñas (5) y a los niños
(3) como mano de obra esclava en carácter de “ahijaditos”. El noveno,
era un bebé. Eran nueve hermanos y luego
llegó otro, mi décimo tío materno. Fue a la hora de su muerte que los hermanos
dijeron “nunca hicimos diferencias” pero tiene otro apellido. Los dos niños que
se criaron con su madre, solteros empedernidos, golpeadores, casi matan a esa
hermana que estaba destinada al cuidado de la madre, esa hermana que fue una
madre para mí mientras que para mi madre yo era una hermana.
Por cuestiones del azar y de las
guerra, mi abuelo paterno nació en un barco bajo bandera cubana. Mi abuelo
cubano. La historia de mis abuelos paternos está velada por estigmas. Estigmas por un padre que contrajo sífilis,
por padecer locura producto de padecer sífilis, por la muerte de una hija
pequeña afectada por la sífilis, por una abuela independiente y luchadora,
española ella, libre a su modo y en ese tiempo, pianista, voluntaria en el Htal
Ramos Mejía, por mujer capaz de tener amantes, por trabajar en La Plata y
viajar sola.
Mi padre odiaba tanto como amaba
la ciudad de La Plata. Mi padre no sabía hacer plata. Sólo sabía trabajar, no
sabía ganar plata. Parece que mi abuelo sólo supo gastar la plata de mi abuela
que lo amaba contra viento y marea.
Historia y memoria para entender,
para entenderse o no. Sí para poder vivir.
Atravesamientos históricos en los
que desvalimiento y desamparo son la marca en el orillo que distingue una
historia familiar que sólo se puede ver huyendo para no ser tragada por la
indiferencia. Huyendo hacia la locura
como defensa única para poder seguir viviendo cuando una nueva ola desvalidante
y desamparante en el año 2001 muestra todo lo siniestro que no pude y no quise
ver antes.
¿Y cómo se muestra lo siniestro
del desamor y la indiferencia? Segregando, expulsando, desamparando,
invalidando… ¿qué cómo se hace? Dejando librado a su suerte al ser más fuerte y
al ser más frágil con explicaciones sociológicas que trabajosamente esculpieron
los pobretólogos.
Una hoja arrastrada por el viento
en un vuelo loco se convierte en una mujer loca.
Fueron necesarios 16 años para
poder esbozar una pregunta. ¿Alguna vez pensaste qué hubiera pasado si en tu
casa confortable me hubieras permitido tirar un colchón en el suelo?
Soy la primer hija. La hija mayor. Pero no.
Yo comencé a huir y a huir para
que lo siniestro no me atrape.
Yo tenía que poder. Me decías descaradamente: no podés no
poder. ¡Ay! ¡cuánto poder te habían dado! Cuanto poder te
había dado.
Mi abuela paterna murió a los 40
años.
Cosas raras pasan, una madre es
una hermana, tengo dos padres, y una madre que nunca supo, tal vez, que fue madre
y sólo era una tía. Hermanos que dice mi madre son sus verdaderos hijos y dice
mi madre que no sabe porque estoy viva y dijo mi madre, ¿te das cuenta lo
que pudiste hacernos a papá y a mí?, ella se estaba enterando de algo que
decían en la tele en 1983, el mal era yo.
La respuesta mía salió como si supiera lo que estaba diciendo, nunca
hubieras usado un pañuelo blanco, como si lo supiera de siempre. Respondí
eso y no respondí no era tu padre, no era tu papá. Es que por ese
entonces yo no sabía que era una hermana. Es que por ese entonces no entendía
por qué mis hermanos no eran mis hermanos.
No entendía que se apropiara de
mis hijos y de mi nieta. Que pasara sigilosamente delante de mí ignorando lo
que para ella era una incómoda presencia; dirigiéndose a otros como si no
estuviera ahí.
Todo fue así hasta que hui para
no ser un peso, por no tener un peso, por esa liviandad con la que cargaba la
carga… todo fue así durante un tiempo largo después, aún cundo había vuelto.
¡Volver! ¿De dónde se vuelve cuando se vuelve del
manicomio?
¡Ah no! ¡Ahora no te quiero cerca porque eres loca! ¡Siempre lo
dije, eres loca! ¡Se lo dije a tus hijos muchas veces!
No me hables de resiliencia. No
me hables de pulsión de muerte.
Sólo puedo hablar de la vida.
¿Puedes decirme que todos ellos
eligieron la vida que vivieron?
Aprendí de niña a ir a los
cementerios en el campo a llevar flores a todos los muertos que no conocí en
vida, una vez al año. No voy a
cementerios.`
¿Quieres hacerme creer que mis
nietes eligen tener zoomples por cumples, que nunca más vamos a poder cantar
feliz cumpleaños amontonados-todos-juntos para después apagar las velitas de
esa torta kitsch decorada con primor y con amor porque la infectamos con gotas
invisibles llenas de enfermedad y de terror?
¿Y me tiene que importar si yo
estaba excluida en la celebración?
¿Me quieres culpabilizar de todos
los abandonos por haber huido?
¿Oh la locura! Puede ser hermosa
la locura cuando te protege siempre y cuando tengas también la fuerza para escapar de su abrazo, lo único que
te digo es lo siguiente: si tienes fuerza habla ahora o calla para siempre.
Nunca silencié la historia. Sólo
sucedió que hablaba a las paredes.
En esta Tierra desvalimiento y
desamparo tomaron forma de unión indisoluble para muchos desvalidos y
desamparados, puede ser que pronto exista un mercado negro de plasma para
alimentar a Drácula.
Así es esta Tierra, una mezcla de
sangre con barro. Alimenta mitos, el peor, el de ser mejores. No creo que se
entienda, pero tengo miedo, tengo miedo de ese ser los mejores en cualquiera de
sus formas y colores.
Qué cómodo puede ser hablar con
sabiduría certificada de los quiebres subjetivos.
De todos modos, yo perdono porque
sí o porque no a algunos y a otros no. Perdonar… es una palabra muy soberbia y
más soberbio es creer que perdono.
No. Sinceramente no puedo
perdonar algunas cosas, no quiero perdonar algunas cosas y no importa si el
daño me lo hicieron a mí o se lo hicieron a otro: cuando dañan, dañan y el daño
lo hacen amparados y aun desvalido.
No hay vuelta ni complejidad ni
justificación ni argumento válido para dañar en nombre de algo que debe ser
exactamente lo contrario de dañar. ¿Sería cuidar lo contrario de dañar? Yo no
lo creo. Siempre “un cuida” fue alguien jodido.
Cuidar cuida el carcelero que
cuida el encierro del desacatado o lo mata a sangre fría con una puñalada que
entra por el estómago y llega al corazón. Cuidar cuida la enfermera que ata a una cama
a una mujer que muere calcinada y cuidar cuidan muchos que controlan y un
hombre muere de mordeduras de una jauría hambrienta. Así los pienso, una jauría
hambrienta que se alimenta de ese intangible que nos da vida. Qué autopsia de
un cadáver puede encontrar el hábitat de ese intangible que parte a ninguna
parte cuando deja de latir un corazón.
Tengo miedo.
Tengo miedo de las sombras, tengo
miedos de los parecidos, del tronar que anuncia terremotos, sismos, tsunamis y
ciclones antes y después, partidura de las vidas arrojadas a los márgenes,
pobres criaturas las que buscan amparo donde torturan. Tengo miedo del ruido de
un helicóptero y del silencio de los drones. Tengo miedo del silencio y miedo
del ruido aprendido de las balas por encima de los cuerpos arrojados en el
suelo cuerpo a tierra y las balas silbando que chocaban en los caños de
iluminación y los árboles adornados con hombres y mujeres, y los que éramos todos éramos muchos todos en
contra de todos, todos sin saber que no
éramos todos como lo sabían unos pocos.
Pocos o muchos sabiendo jugar el juego de la muerte, tan tranquilos,
total estaban todos o muchos, armados… y todos nosotros no, trados en el piso, en el barro, bajo las balas que pasaban silbando.
Tengo mido de traiciones, tengo
miedo de abandonos, de pérdidas, tengo miedo de encierros, tengo miedo de
perder la única libertad posible ¿sabes cuál es la única libertad posible?
Pastilla y encierro matan libertad y los cancerberos celebran porque creen que
espían algo que no existe más allá de sus pobres ideas. Hambre mata libertad. El
hambre de los cancerberos también, hambre feroz, tan feroz como las jaurías…
¿Cuáles son tus cartas para
jugar?
En Kampala un grupo de mujeres
denunciaban que teniendo sida les enseñaban a amamantar… por cada edificio que
preguntaba me enteraba que tras los muros niños huérfanos de padres y madres
muertos por el virus del sida… tras los muros custodiaban… a los niños. Hoy en las noticias el fallo contra la
mutilación femenina en Sudan me sacude; cientos y cientos de mujeres y hombres son esterilizados
en la región latinoamericana porque fueron etiquetados por la psiquiatría,
ejércitos de psicólogos asienten con estudiado gesto de escucha… ellos no son
cómplices, no medican, no esterilizan… neutralidad más imparcialidad resultan indiferencia
y por sobre todo está el hambre, el hambre de todos los que viven del manicomio…
Oh… este país tiene manicomio para niños y para niñas. Es que hay que garantizar el trabajo de los
psicólogos, tantos tenemos… qué importan les niñes, ¿qué importa la niñez
atrapada entre los muros del hambre? De todos los hambres.
Este
invento extraño de sábado por la noche, este engendro de mentiras se pregunta
por la vida. Creo que es incorrecto decir que sólo murieron 42 personas hoy.
Eso dicen los titulares de los diarios. No dicen “sólo”. Eso lo invento yo. Y
mientras escribo una voz lejana grita, ¡atrás, para atrás!, ¡atrás, para atrás,
alcatraz! Una voz intermitente... una voz firme que disimula el temblor...