Otro día cuento la historia de SUPERCART, desde el título a la hoja, pasó el tiempo suficiente para recordar un aniversario, el de mi primera comunión.
Cuánta devoción hubo en mi inocente primera comunión hace
cincuenta y cinco años.
La noche del 7 de
diciembre estaba desvelada en el dormitorio único de la humilde casa al fondo
de una fábrica abandonada de la que mi padre seguía siendo el cuidador, trabajo
por el que no cobraba y que de hecho, lo hacía mi madre y nosotros, hijas e hijo,
ocupando el predio todo el día porque él trabajaba para ganar un magro
sustento fuera de lo que fue la fábrica de cartón SUPERCART, en la zona de La
Cumbre de la ciudad de LA PLATA, capital de la Provincia de Buenos Aires.
Esa noche no
lograba dormir. Mi madre limpiaba y limpiaba una y otra vez la pequeña
vivienda. Pasadas las 12 de la noche del 7 de diciembre mi madre colocó unas
cortinas de mediano cuadrillé de colores azules, celestes y blancos en la
ventana de la cocina y también, cubriendo los estantes debajo de la mesada.
Estaban vaporosas, almidonadas y planchadas con esmero. Era su
ofrenda diaria todo eso: la limpieza, el orden, el planchado, la cocina sabrosa
y delicada... y el sometimiento sin saberlo, pobre mi madre muerta hace tantos
años... vive en el olvido.
Me dijo al pasar
-no podés dormir? a la vez que con un trapo sacaba brillo al piso de
cemento alisado color verde con betas rojizas. Contesté que estaba
escuchando la música y era cierto. Le pregunté cómo se llamaba porque
nunca la había escuchado, La gran Pascua Rusa me dijo.
La Gran Pascua
Rusa me reconforta siempre.
El vestido para mi
primera comunión heredado de una prima que vivía en Buenos Aires, la capital...
estaba radiante, blanco como la nieve y era de una delicadeza inigualable.
Hoy se cumplen
cincuenta y cinco años de esa mi primera comunión en la iglesia de la parroquia
de San Cayetano y recuerdo exactamente el modo en que me di vuelta después de
recibir la hostia para volver al banco para arrodillarme con la cabeza gacha
esperando que se disuelva en la boca.
Era tan inocente.
Me embargaba tanta emoción.
Creía todo lo que
había aprendido con dedicación en la catequesis.
El misal con tapas
de nácar era hermoso y mi rosario de nácar y plata una pequeña joya que llevaba
entrelazada en la mano.
Luego... la
fiesta... ochenta invitados para celebrar mi comunión. Al mediodía asado y unas
tablitas de madera para cada uno que mi padre mandó a hacer a modo de recuerdo
de ese día. Por la tarde casi noche, un lunch de la mejor confitería de La
Plata: La París.
Fue a la hora del
lunch que me indicaron que pasara con la limosnera... y cada uno puso monedas y
billetes en la hermosísima bolsita que hacía juego con el traje y el tocado.
Recuerdo que iba
aumentando de peso... luego la guardaron...
No recuerdo el
final del día, las últimas escenas que vienen a mi memoria es un momento donde
pensaba que uno de mis primos era hermoso, eran más grandes que yo, primera
adolescencia... y reían entre ellos y observaba desde afuera del grupo, parada,
vestida de blanco.
También, creo que
un rato antes, una mujer amiga de la familia me invita a comer algo...
morcilla, era morcilla y me decía que le gustaba la piel crujiente... mientras
mi madre parecía oponerse a eso... algo así...
Recuerdo bandejas
y mi madre elogiando la crema pastelera de las "bombas de crema" pero
yo degusté golosa un pañuelito de dulce de leche y sigo haciéndolo cuando ya no
como nada cuando sirven un lunch.
Es extraño que
habiendo tanta gente casi no recuerde a nadie de ese día. Sí mi mente
estaba muy ocupada en tratar de entender la importancia de ese día en mi vida.
Pensaba que era más importante de lo que había pensado y tengo la
sensación de estar impactada por algo que no llegaba a comprender.
También creo haber
fantaseado qué me iba a comprar con el dinero que habían guardado.
Ya no recuerdo
nada más. Ni cuando se fue el último invitado y quedamos en la intimidad de
la familia, ni recuerdo el momento en que me sacaron el traje ni cuando me fui
a dormir.
Recuerdo el 9 de
diciembre, cuando me explicaron que tenía que dar el dinero a mi padre y un
sentimiento de sublevación interior acallado por el miedo al pecado.
Pasaron años y ese
momento permaneció intacto en mi interior y se repitió en el tiempo un
jurarme a mí misma una y otra vez, tengo que olvidar.
Luego supe que no
se trataba de olvidar sino de perdonar.
Memoria.
Cincuenta y cinco
años después recuerdo todo eso y eso también pero distinto.
Cincuenta y cinco
años después me veo tan indefensa entregando el dinero... siento tanta ternura
por esa niña que fui, tan inmensa es la ternura que me corren lágrimas de
emoción por la cara y se nubla todo y veo mal la pantalla...
Aprendí a ser esa
niña y la madre y el padre de ella.
He tomado pedazos
de mi madre y de mi padre reales para armar la madre y el padre que esa niña
necesitaba siendo ya muy adulta.
Una mezcla extraña
de personas que en mi interior se fueron configurando en esos roles y les di
vida con las anécdotas que mi mamá y mi papá contaban.
Mi padre
despreciaba la estupidez profundamente, tal vez pensó que yo era estúpida
alguna vez... él hacía gala de su inteligencia contando que cursando la escuela
primaria le sugirieron a mi abuela Lucila que lo presentara a dar exámenes
libres para avanzar sus estudios porque estaba muy adelantado... él contaba que
en el examen la maestra le preguntó quién descubrió América y él se irritó por
la pregunta y mirándola a los ojos le dijo: -San Martín.
La maestra no lo
corrigió y aprobó el examen. Tenía diez años, solamente tres más de los
que tenía yo al momento que estoy evocando.
Ayer pasé por una
situación dónde la estupidez del otro me alteró y vino mi padre bueno, el que
armé, a poner una mano sobre mi hombro y a susurrarme en el oído que mantenga
la calma pero que no calle ni conteste estupideces.
Nada fue un error.
El padre y la
madre que construí dibujaron una niña que corre, que huye sobre un piso de
cristales rotos, vestida de encaje con los pelos al viento cubierta con una
coraza de virutas de hierro y una corona-anillo-agujero celeste-turquesa en la
cabeza... a esa niña la mimo todos los días y la hago cambiar de tamaño como
cambiaba de tamaño Alicia.
Y tuve un conejo
que comía hojas de frutillas y se relamía, y un gato llamado Tilín, y dos
perros, Pirata y Terri Blé.
Y una vecina, del
otro lado del arroyo que cruzaba el predio de la fábrica, una mujer viuda de la
que se murmuraban cosas y que salía al patio con una enagua negra... que tenía
un hijo, Ramón, mi primer amigo. Una tarde jugaba con Ramón en el patio
de tierra de su casa y apareció un fotógrafo, de esos que iban por la calle con
una caja de madera marrón, con un trípode y una tela negra y ella quiso que nos
fotografiara y entonces corrió a buscar perfume y nos perfumó mucho y tal vez
ocupada en eso, no pudo ver que mi enagua sobresalía de la falda. Y cada
vez que vi esa foto, recordé el perfume más que lo que la foto mostraba.
Y dejé hace mil
años la iglesia y temo cualquier tipo de secta, sea cuál sea su razón de ser y
tengo miedo de los ghettos y de personas invasivas e irrespetuosas aglutinadas
bajo un saber que me desconoce.
Ya no quiero ese
momento de encuentro con dios como lo quise pero lo recuerdo con amor y con una
única música. La Gran Pascua Rusa.
Y siento que he
crecido mucho espiritualmente.
Y siento que soy
buena con esa niña y que tengo que ser mejor con la mujer que estoy siendo.
Ya no me debo a
nadie y a la vez, me debo a todos los que me poblaron y me pueblan.
Si hay algo que no
puedo, y nadie me pregunta por eso, es dejar de lamentar que algunas cosas sean
como son.
Puede haber uno
que otro perverso que me diga sentenciando: pero por eso estás triste y anote
en una planilla una cruz sobre la palabra Sí de una tabla como la siguiente:
Triste / Sí.
Hace mucho un muy
observador amigo me dijo: -sos solitaria y te llevás bien con tu soledad.
No sé si es
cierto, pero he llegado a ese punto donde me puedo reconocer sola y asociada
con muchos "forasteros"* que hemos aprendido a llorar, a reír, a
soñar, a amar, en el momento justo del presente y decir como un escupitajo la
palabra estúpidos cuando hay estúpidos que se la merecen, en ese grupo con el
que mantengo un intenso diálogo es con el que se dice a sí mismo inobediente y
casi que me defino igual porque hace años, cuando vinieron la mujeres de
MUJERES CREANDO de Bolivia, les compré un morral que decía "no puedo ser
la mujer de tu vida porque soy la mujer de mi vida" y una mochila con la
leyenda "desobediencia, por tu culpa seré feliz".
"Enloquecer
porque no hay en lo que ser", palabras que me regalaron y que me hacen ser
para no enloquecer.
A cincuenta y
cinco años del 8 de diciembre de 1960.-
LL
*Así se definía
Ignacio Lewkowicz a sus 19 años tras regresar de unas vacaciones en Uruguay,
"allá, era un forastero".-
by Lucila López
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